Posted by : Santacenero domingo, 21 de octubre de 2012

A las seis y media de la mañana suena el despertador. Es domingo. Eso solo puede significar una cosa: es día de carrera. Sin pensarlo mucho, nada, me levanto y me visto con la ropa que la noche anterior había dejado preparada para la carrera. Esta vez iremos con la camiseta negra de manga larga y con las medias. Ya empieza a hacer frío y hay que empezar a abrigarse. Tras desayunar mi habitual yogourt con cereales, cojo todos los bártulos y salgo de casa camino de una nueva carrera.

A esas horas se ve poca gente por la calle. Gente que va a trabajar, y gente que vuelve de fiesta. Mi música motivacional empieza a sonar en mis auriculares mientras espero el autobús. Por ahí llega. Me monto y me dirijo al lugar de inicio de la carrera. A medida que me voy acercando me voy encontrando con más gente como yo, ataviados con zapatillas, pantalón y camiseta técnica. Con más "héroes de domingo".

Y así llegamos al lugar de recogida del dorsal y chip. Pasado ese trámite ya me podré concentrar plenamente en la carrera. Ya podré entrar en esa burbuja que me aislará del mundo durante algo más de una hora. En ese espacio de tiempo solo estaré yo y la carrera.

Empieza el calentamiento después de unos breves estiramientos. Todos empezamos a correr metros antes de la línea de salida. Empezamos a hacer "la rueda". Todos trotamos. Nadie muestra sus armas.

Quedan poco más de quince minutos para el inicio de la carrera y la gente empieza a tomar posiciones en la salida. Aunque hace frío, dentro del pelotón no lo notamos. Es momento de hacernos fotos con los amigos, de inmortalizar el momento de participar en una carrera más. De mirar el móvil y comprobar que la señal de GPS es la adecuada; de fijarse en las zapatillas de los que tienes a tu alrededor mientras el olor a linimento invade nuestras fosas nasales.

Quedan cinco minutos y ya estoy deseando echar a correr. Esos momentos se hacen interminables. Un minuto. Diez segundos. Nueve, ocho, siete, seis... tres, dos, uno... Suena una pistola y los de delante empiezan a correr. El resto empezamos a andar mientras vamos activando nuestros cronómetros a medida que vamos cruzando la línea de salida.

Ahora sí. Ahora estamos plenamente en esa burbuja que es la carrera. Durante ella, la inmensa mayoría de nosotros competirá consigo mismo. Cada uno tendrá su carrera. No nos importará que nos adelanten ni adelantar. Cada uno a su ritmo, intentando mejorar su marca personal o simplemente disfrutar de la carrera. Simplemente correr. Sentirse libre, sentirse vivo.

Hay momentos en que se oyen pitidos. Eso significa que estamos en un nuevo punto kilométrico y nuestros GPS nos avisan. Aunque a veces vemos el cartel oficial que así lo indica varios metros después, lo que desmoraliza un poco. No íbamos tan rápido como pensábamos. O sí.

Los metros van pasando por debajo de nuestros pies. Cada vez queda menos y hay que echar el resto. El último kilómetro se hace interminable, pero ya solo queda ese. Hay que exprimirse. Y ya por fin se ve la línea de meta al fondo, esa línea que romperá nuestra burbuja. 

La cruzamos, paramos el crono y saludamos a la cámara, esa que a veces graba nuestra llegada a meta. Exhaustos nos quitamos el chip y nos dirigimos casi por inercia al lugar donde recogeremos la bolsa del corredor y depositaremos el chip.

Todo ha concluido. Una carrera más. Otro domingo de carrera. 

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